En pocas ocasiones me aventuro a hablar sobre mi proceso creativo, en específico, el cómo escribo. Quizá lo más cercano es dejar en mis redes sociales un “estoy escribiendo” acompañado de una imagen de muy mala calidad —disculpen una cámara 100% outdated— que muestra una taza y un plato con galletas. Siempre como cuando escribo, pero el proceso creativo, lo que yo llamo método, va más allá.
El concepto de método se quedó muy grabado en mi mente desde ayer, ¿a qué se debió? A un diálogo entre la expositora invitada a la clase de Gestión de Proyectos Culturales y el resto de los jóvenes que asistimos. Ni siquiera fue un tema en sí, sino un micropunto en la plática. Dialogamos sobre la necesidad de un método, un proceso a seguir, para la creación de cualquier contenido creativo; el no dejarlo al “chispazo” de inspiración.
¿Método o inspiración?
El problema de depender en la inspiración —o la ardilla, como me gusta llamarla— es sencillo: la inspiración viene y se va a su antojo. ¿Pero qué sucede cuando la inspiración te abandona por un largo periodo de tiempo? No sé… ¿meses? ¿Años? A mí no me va a pasar nada, porque no vivo de escribir, ilustrar y demás acciones creativas. Sin embargo, hay personas que sí… y, bueno, uno no se puede morir de hambre durante tres años porque la dichosa chispa ha decidido seguir descansando.
Sentarse a esperar no es opción. Uno tiene que seguir creando contenido de calidad, y para eso es necesario preguntarse qué ocurría previo al chispazo creativo. ¿Qué hiciste, qué lo detonó? Vamos, lo sabes. Responde a la pregunta y estarás a la puerta de un método que permitirá mantener la mente activa. En mi caso, seguir un método me ha permitido escribir meses sin término, brincando de una historia a otra. Basta con hallar el estímulo adecuado.
No tiene por qué ser un método complicado, el mío consiste en tres sencillos elementos: música, comida e investigación. Hoy los puedo mencionar, pero tardé años reconociendo su presencia constante y el valor de cada uno en la dinámica que llamo escribir.
Desde mi sencillo proceso creativo…
En mi proceso creativo, la investigación es la madre de todas las historias, de verdad. Es muy importante considerar que difícilmente se podrá crear algo desde la ignorancia o el desconocimiento de lo ya creado. En el mejor de los casos, la idea creativa podrá llegar sola, pero la imagen se va definiendo conforme se desarrolla una investigación acerca de uno u otro aspecto inicial. Puede ser de la historia, el personaje o el contexto. Y donde la investigación se ha convertido en la fuente de todo lo visual; la música, en el pincel que traza el ambiente y la velocidad.
Hay música para cada género literario, para cada historia o escena. El secreto está en su capacidad para transmitir emociones y sentimientos, hay que recurrir a la pieza correcta para ti. Cada melodía tiene la capacidad de despertar cosas distintas en diferentes personas. En mi caso, cuando escribo relatos de inspiración en el folclore equis lo primero que hago es recurrir a los compositores de música clásica de la región; me ayuda a ubicarme en un espacio ajeno al mío.
Quizá si llevara a un extremo el “ubicarme” en el contexto de mi relato, mi comida también debería cambiar, pero parte del ritual es comer galletas y beber jugo en una taza de La noche estrellada o de vegetación con dorado. No hay mente que funcione bien con un estómago vacío, es la ley de la selva.
En conclusión…
Así, con referencias como alimento para la mente, música para el corazón y comida para el estómago, he llegado a mi método perfecto. Cada uno encontrará su rutina distinta, “las manías”, como llaman otras personas. Para mi es un método, porque no me falla y si lo sigo al pie de la letra, encontraré el resultado anhelado: crear.