Vivir al día con los deadlines es un arte, y uno como aspirante a escritor tiene que aprender a vivir en constante fecha de entrega. El problema viene cuando te has dedicado toda la semana a todo, menos a prepararte. ¿Tema? Nelson. ¿Investigación? Todavía una situación más lejana. Ni soñar con estipular una fecha para redactar. El deadline se lo tragó la procrastinación, las tareas universitarias y los pendientes del trabajo. Comienzo a comprender lo complicado que es ser escritor en calendario. Y aquí me encuentro, intentando encontrar pies y cabeza al artículo.
En un momento pensé en hablar sobre un libro, pero —¿la verdad?— me encuentro a la mitad de un bloqueo lector que se cruzó con uno escritor. Es decir, no encuentro gusto en leer ni escribir, lo que vuelve más complicado redactar estas palabras, genial. En el pasado me hubiese obligado a hacer ambas cosas para, eventualmente, hallar de nuevo mi rumbo. Con los años me he dado cuenta de lo poco productiva que soy en esos casos, y en lo que respecta a la lectura, lo perjudicial que es para le decisión final: ¿me gusta o no el libro?
Leer no es una obligación, forzar la lectura puede desembocar en diversos caminos: una profunda animadversión a la literatura, disgusto hacia la lectura en turno (al no estar en el momento adecuado) o hallar una joyita perdida en el espacio que rompa con el ciclo. La probabilidad es incierta, pero parece que el primer y segundo caso son los más comunes, al menos, en mi experiencia. Dado que leer no es una obligación, sino un gusto, un acto que nace, ¿por qué exponernos a terminar en los primeros supuestos? De hecho, “no leer” es un derecho del lector.
Entonces… tus derechos.
Daniel Pennac, en su libro “Como una novela”, explica este derecho de una forma distinta: sin este derecho, la lectura se convertiría en una obligación moral que escalará hasta juzgar al sujeto en turno. ¿Podría que este juzgar ocurra como una autocrítica? Quizá, si no, yo agregaría lo mencionado en el párrafo anterior para expandir dicho derecho. El primero de diez que se han convertido en el centro de mi “Olivia, leer es para cuando quieres y lo que quieres”, porque, aunque soy ávida lectora, come libros cuando quiero, a veces no leo como quiero, como se me ha inculcado: de inicio a fin, uno a la vez, libros críticos y “reconocidos”.
Madre mía, el lector debe leer, pero lo que llene su sed lectora o curiosidades. Una vez más me apoyo de Pennac (traduciéndolo con mis palabras y entender), quien establece diez derechos fundamentales que todo lector debe conocer y ejercer:
- El ya nombrado derecho a no leer.
- El derecho a saltarnos páginas.
- No terminar un (o muchos) libro(s).
- El (difícil) derecho a releer.
- El derecho a releer cualquier cosa.
- Y no confundir el anterior con el derecho al bovarismo (entregarse a lecturas fáciles).
- El derecho a leer en cualquier sitio. Y agregar “rayarlo todo lo que se quiera” o bajar el libro del pedestal, volverlo común, apto de marcar y llevarlo hasta el fin del mundo.
- El derecho a hojear (que todavía me cuesta trabajo entender).
- El glorioso derecho a leer en voz alta (la poesía, please, necesita ser leída así).
- El derecho a callarnos, o sea, a no hablar de lo leído por ser una lectura íntima.
Un decálogo perfecto para tener a la mano antes, durante y después de iniciar la vida lectora. Son herramientas que convierten de la lectura en un suceso distinto, más libre y constructivo. No tienes que leer todo lo que llega a tus manos, quizá no es el momento. ¿Leer puros libros consagrados? También puedes ir por un libro famosillo, “superficial” dirían unos; tienen sus enseñanzas y una función de entretenimiento. Lee en donde quieras, a la hora que quieras, en la forma que quieras. ¿Subrayas tus libros? Hazlos tuyos, marca aquello que haga brincar a tu corazón. ¿Quieres darle vida a las palabras? Lee en voz alta, permite que alguien te escuche. ¿No quieres? No hay problema, no leas en voz alta, no leas en absoluto, deja tu lectura, regresa a las páginas que quieres, a las líneas que te tocaron.
Es tú lectura y este es mi intento de compartirte los derechos de todo lector. Ya casi son las 2 a.m. y mi intento de descifrar los pies y la cabeza de este artículo probablemente esté más enredado que la lectura que se supone que haría esta semana; que claramente no hice, porque no me latió leer. Con todas las de la ley, al menos en mi País de las Maravillas, decidí ejercer un par de mis derechos.
Sin saber muy bien a dónde quería llegar y si llegué a algún lugar, me despido.
Cambio y fuera,
Olivia.
[Escrito a la 1:06 a.m., favor de no intentar entender]Conoce más sobre los derechos del lector…
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