La primera frase siempre es la más difícil; el primer párrafo, el crucial; y a veces la primera línea se convierte en un párrafo entero —en la mira tenemos a Charles Dickens con A Tale of Two Cities—, lo que es una auténtica hazaña. La dichosa primera línea es la pieza que, como lectores, nos atrapa o cautiva para que sea una necesidad echarnos un clavado directo al corazón del libro. Para las personas escritoras puede llegar a ser un dolor de cabeza.
En mi caso, la primera línea y los párrafos subsecuentes son donde más tiempo me tardo. Los leo una y otra y otra y otra y otra vez. Hago modificaciones aquí y allá, de ida y de regreso. ¿De dónde viene la obsesión? Sin duda, la respuesta es lecturas de escritura creativa y la posterior búsqueda de las primeras líneas más famosas. En su mayoría hablamos de frases provenientes de clásicos, porque son aquellas que han trascendido en el tiempo y sido señaladas por más personas. Ya sabes, el tiempo lo dirá.
Ahora, después de mucho estudio, se ha definido que los clásicos europeos adoptan —hay excepciones— una técnica en específico para las primeras líneas: sintetizar la idea general de la obra de una forma atractiva; el resto del libro se encargará de afirmar dicha frase. Por su naturaleza, son primeras líneas que englobaría, en palabras sencillas, como “creencias muy marcadas”.
Algunas son tan conocidas que un lector fácilmente puede identificar el libro sin haberlo leído. De una manera u otra, son un instrumento que han marcado el legado de estos libros. Uno de mis ejemplos favoritos siempre será: Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa. Estoy casi segura —porque precisamente ayer volví a ver Orgullo y Prejuicio. Gracias, Netflix— que la adaptación de 2005 no tradujo la frase a un lenguaje cinematográfico, por lo que su popularidad no proviene de haber sido escuchada o leída en la película. Sin embargo, por su configuración y el ritmo, la frase es una de las más populares en la comunidad literaria, y quizá más allá. La incluyen en artículos relativos a la obra de Jane Austen, otros sobre primeras frases y, finalmente, las personas se han encargado de difundir la cita y sus variaciones en espacios digitales.
«Olivia, es un clásico» me dirán algunos, pero ser un clásico no garantiza que nada se vuelva popular o siquiera que se lea con el mismo ímpetu que obras más contemporáneas; sobre todo, entre lectores más jóvenes que han adoptado —por múltiples motivos— una postura en la que leer un clásico es sinónimo de aburrirse o enfrentarse a tediosas páginas con un lenguaje más complejo, comportamientos poco atractivos —sin la gratificación casi instantánea que podemos encontrar en cierta literatura actual, cada quién saque sus conclusiones— o romances más sutiles.
En otros casos, las primeras líneas son afirmaciones menos elaboradas, sencillas, que exponen un hecho. Eso sí, el escritor debe ser contundente o distintivo para generar la intriga que se encarga de despertar el interés del lector por la historia. Para este caso me atrevo a seleccionar un libro contemporáneo de una de mis escritoras favoritas, Victoria Schwab. La escritora abre A Darker Shade of Magic con seis sencillas palabras: Kell wore a very peculiar coat, una línea tan corta que te lleva a leer el siguiente párrafo, que te intriga porque… ¿qué tipo de vestimenta tiene más de dos lados? ¿Quién es Kell? ¿Es una chica? ¿Qué está haciendo? Y de allí sigues avanzando hasta quedar inmerso en un mundo con cuatro Londres y mucha magia.
Oh, y no olvidemos aquellas primeras líneas que fungen como espacios introductorios a la acción que se desarrolla posteriormente. Algunas suenan a advertencias o te adelantan un hecho, ¿un spoiler? Ni en lo más mínimo. En esos casos, lo más interesante no está en el hecho en sí, sino en todo lo que que acontece a su alrededor. “Crónica de una muerte anunciada” se ganó un espacio en mis favoritos precisamente por su primera frase, que además refuerza al título: El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Una frase que hasta la fecha despierta en mí la misma intriga que hace siete años, o más, he perdido la cuenta.
Hay escritores y escritoras que buscarán evocar la nostalgia o imágenes mentales en sus primeras líneas, exponer un poco de sus habilidades poéticas para deleitar al lector o presentar a su personaje. Aunque cada uno lo hace distinto, responde a una estrategia con el mismo objetivo: enganchar a su lector o lectora. Así, nos encontramos frente a una línea que tiene más fuerza que mil palabras. Es la frase y, por eso, hay escritores que podrán haber terminado de revisar su libro, pero todavía trabajan días enteros en reescribir esos primeros acercamientos a su historia.
Un buen escritor sabe, y por lo tanto le preocupa la primera impresión del lector. Sabe que debe ser memorable. Sabe que tiene segundos para enganchar al lector. Tiene tres páginas y esa frase es el inicio de todo. Quién sabe, quizá es lo más cercano a la perfección.