En una casa con tantos libros, con tantas estanterías, era cuestión de tiempo. Tarde o temprano terminaría acercándome a los libros, a la lectura, caería en esa telaraña de la que no se puede salir, porque una cosa es real: una vez que le agarras amor a este íntimo acto de la lectura, difícilmente podrás desligarte de él.
Lo que nadie se imagino fue el motivo. Olivia, esa soy yo, se acercó a los libros en el momento que más lo necesitaba: cuando el mundo se reajustó a su alrededor. Siempre me gustaron las historias, ¿a quién no? Solo que nunca me animé a leerlas, prefería escucharlas. Eso terminó cuando, en mi soledad, me encaramé a una silla, me puse de puntitas y giré la cabeza para leer con facilidad el título de los libros en el estante. No sería el primero, pero sí el que iniciaría esta obsesión por la lectura.
En estos más de diez años como lectora mucho ha cambiado, mucho he entendido. Para empezar: la lectura no es únicamente un escape del mundo real, es más que eso. La lectura es este acto íntimo irrepetible, sí, irrepetible, como tú y como yo. ¿Pero cómo va a ser eso, Olivia, si es el mismo libro? Sencillo, nunca se hace la misma lectura dos veces, ni siquiera una persona en concreto. He ahí mi miedo a volver a leer un libro y que no me guste tanto como la primera vez, ¿hallar que ya no tiene ese encanto? Oh, no, horrible.
Un acercamiento a la lectura
Por cada lectura, por cada página, encontramos un mensaje nuevo. Rescatamos lo que necesitamos en ese momento. Incluso mensajes que el autor no consideró o, al menos, no los colocó con conocimiento de causa. Ya sabes, leer entre líneas. Quizá es lo que más amo de los libros, lo que te dicen sin decírtelo explícitamente. Te hacen pensar, y yo amo un buen libro que hace correr a la ardilla.
Y es aquí cuando ocurre el más puro de los roles de la lectura, el pensar. La lectura te amplía el horizonte, presenta escenarios y escalas de valores distintos, por ende, es una oportunidad para desarrollar la empatía y lo que muchos temen: una mente crítica. La lectura crea personas que analizan, que atan cabos y se cuestionan; personas que perciben lo que está mal, lo que puede mejorar, lo que está cayendo en esas advertencias ocultas en libros y deberían quedarse como advertencias y nunca convertirse en realidades.
Exacto, no todo es color de rosa en el mundo lector. Aunque puede ser un acto placentero, también es un pequeño acto peligroso. La materia prima de las revoluciones, de los cambios, se encuentra en el papel, ahí escrito. ¿Sabes qué es? Que son, debería decir. Ideas. Las ideas mueven el mundo y uno como persona es partícipe de ese movimiento. La diferencia está desde dónde haces ese cambio, bajo qué ideas rectoras. Puedes escuchar, el boca a boca es muy potente, pero el acto de leer y eventualmente compartirlo con un grupo… Oh, Dios, para mí no tiene comparación.
Ojo, no te pierdas. Parecerá que estoy diciendo que la lectura es para intelectuales que buscan cambiar el mundo —en realidad, todos deberíamos buscar cambiar el mundo, procuremos hacerlo para bien y con una base sólida que nos respalde—, sin embargo, ese punto responde a uno de la cadena de sucesos que desencadena este sencillo acto de leer. La lectura es para todos, es para los rebeldes, para los que aman, para los que no se pueden quedar quietos, para los que quieren crecer… y también, ¿por qué no?, para los que quieren conocer la vida en otros mundos. La lectura es tan polifacética como hay estrellas, no lo olvidemos.
¿No eres lector?
No te preocupes, nunca es tarde para caer en la telaraña. Todo llega a su tiempo, solo recuerda una cosa: nunca se termina este bello acto que llamamos “leer”.
[Publicado originalmente en Sí a Vivir No a Sobrevivir, artículo propio]